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martes, 1 de febrero de 2011

La masonería Jujeña Recuerda el 3 de Febro: El Combate de San Lorenzo


Pocos son los hechos de la vida que encienden el ardiente deseo de Libertad, y menos aún las heroicas acciones del hombre para luchar, cuidar, proteger y garantizarla.

Cientos fueron los argentinos que colaboraron en reforzar las bases y fundamentos de un país libre y soberano.

¡Honor para ellos!

Quién pensaría que un puñado de personas pudieran marcar tanto los corazones de sus hijos, los herederos de esta nación y el de sus enemigos en uno de los tantos combates y batallas por asegurar la independencia de nuestra patria.

En esta fecha especial, para recordar el esfuerzo y sacrificio de nuestros nobles padres, rendimos homenaje a nuestro Hermano José de San Martín, a los nobles de corazón, que con espíritu libre y de buenas costumbres, mancharon los campos de San Lorenzo con la sangre del sacrificio, el amor por la patria y la libertad.

Recordamos también a las virtuosas mujeres valientes de nuestra historia, esposas, hijas y hermanas que prestaron las vidas de hermanos, esposos y padres por una tierra exquisita en los más profundos sentimientos de libertad.

Exhortamos a cada ciudadano a escudriñar en lo más recóndito de su ser y reavivar la llama que inspiró a toda una nación y sorprendió al mundo libre. Para que el fuego del orgullo de ser Argentino arda con viva flama e ilumine y conmueva las nuevas generaciones, los hijos de esta tierra.

¡Salve San Martín, Salve a los luchadores libres y Salve Argentina!

Que día tras día, durante el transcurso del tiempo, eterna como la acacia y glorioso como el olivo, resuene en el corazón de cada Argentino…

VIVA LA PATRIA!!!


Una carta y un testimonio:

"Por la tarde del quinto día llegamos a la posta de San Lorenzo, distante como dos leguas del convento del mismo nombre, construido sobre las riberas del Paraná, que allí son prodigiosamente altas y empinadas... ...No habían corrido muchas horas cuando desperté de mi profundo sueño a causa del tropel de caballos, ruido de sables y rudas voces de mando a inmediaciones de la posta. El coronel (por San Martín, a quién había conocido en Buenos Aires en la casa de Escalada), me informó que el Gobierno tenía noticias seguras de que los marinos españoles intentarían desembarcar esa misma mañana, para saquear el país circunvecino y especialmente el Convento de San Lorenzo Agregó que para impedirlo había sido destacado con ciento cincuenta Granaderos a caballo de su Regimiento; que había venido (de noche principalmente para no ser observado) en tres noches desde Buenos Aires. Dijo estar seguro de que los marinos no conocían su proximidad y que dentro de pocas horas esperaba entrar en contacto con ellos. ...No tuve dificultad en persuadir al coronel de que me permitiera acompañarlo hasta el convento... Justo antes de despuntar la aurora, por una tranquera en el lado del fondo de la construcción, llegamos al convento de San Lorenzo... Por el portón de entrada al patio y claustros, se hicieron los preparativos para la obra de muerte. Por este portón San Martín silenciosamente hizo desfilar sus hombres y una vez que hizo entrar los dos escuadrones en el cuadrado, me recordaron, cuando las primeras luces de la mañana apenas se proyectaban en los claustros sombríos que los protegían, la banda de griegos encerrados en el interior de caballo de madera tan fatal para los destinos de Troya... ...El coronel San Martín acompañado por dos o tres oficiales y por mí, ascendió al campanario del convento y con ayuda de un anteojo trató de darse cuenta de la fuerza y movimientos del enemigo..., y tan pronto aclaró el día.. Pudimos contar claramente alrededor de trescientos veinte marinos y marineros desembarcando al pie de la barranca y preparándose a subir a la larga y tortuosa senda, única comunicación entre el convento y el río. Era evidente, por el descuido con que el enemigo ascendía el camino, que estaba desprevenido de los preparativos hechos para recibirlo, pero San Martín y sus oficiales descendieron de la torrecilla y después de preparar todo para el choque, tomaron sus respectivos puestos en el patio de abajo. Los hombres fueron sacados del cuadrángulo, enteramente inapercibidos, cada escuadrón detrás de una de las alas del edificio. San Martín volvió a subir al campanario y deteniéndose apenas un momento volvió a bajar corriendo, luego de decirme: "Ahora, en dos minutos, estaremos sobre ellos, sable en mano". Fue un momento de intensa ansiedad para mí. San Martín había ordenado a sus hombres no disparar un sólo tiro. El enemigo aparecía a mis pies seguramente a no más de cien yardas. Su bandera flameaba alegremente, sus tambores y pitos tocaban marcha redoblada, cuando en un instante y a toda brida, los dos escuadrones, desembocaron por atrás del convento y flanqueando al enemigo por las dos alas, comenzaron con sus lucientes sables la matanza que fue instantánea y espantosa. Las tropas de San Martín, recibieron una descarga solamente, pero desatinada, del enemigo. Todo lo demás fue derrota, estrago y espanto entre aquel desdichado cuerpo... La carga de los dos escuadrones instantáneamente rompió las filas enemigas y desde aquel momento los fulgurantes sables hicieron su obra de muerte tan rápidamente, que en un cuarto de hora el terreno estaba cubierto de muertos y heridos. Un grupito de españoles había huido hasta el borde de la barranca; y allí, viéndose perseguidos por una docena de granaderos de San Martín, se precipitaron barranca abajo y fueron aplastados en la caída... En vez de rendirse como prisioneros de guerra, dieron el horrible salto que los llevó al otro mundo... ...De todos los que desembarcaron volvieron a sus barcos apenas cincuenta. Los demás fueron muertos o heridos, mientras San Martín solamente perdió, en el encuentro, ocho de sus hombres. ... Esta batalla (si batalla puede llamarse) fue, en sus consecuencias, de gran provecho para todos los que tenían relaciones con el Paraguay, pues los marinos se alejaron del río Paraná y jamás pudieron penetrar después en son de hostilidades."


J.P. y G.P. Robertson, "Cartas..." cit., t. II, p. 144


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